La
crisis, que en un principio los políticos del PP y la corifea prensa cavernaria
se empeñaron en atribuir a que los ciudadanos habían vivido por encima de sus
posibilidades, se está desvelando como una premeditada operación de saqueo a
las arcas públicas del que cada día se disponen de más datos. Según se van
colocando las piezas del puzle más claro se percibe que, en la gestión de la
ruina de este país, existen demasiadas concomitancias como para poderlas
atribuir a una mera casualidad.
Cuando
se repasa la historia reciente de lo sucedido resulta sorprendente constatar
cómo cada decisión del entonces Gobierno de Aznar tuvo que ver con el
desarrollo de una descomunal estafa que, en el presente, se va desvelando como
lo que realmente fue, la asociación de un grupo de malhechores para hacerse con
el dinero y los bienes públicos en su propio beneficio.
Esta
es la secuencia de hechos que, interrelacionados entre sí, dibujan el retrato
del saqueo: En 1996, recién llegado a La Moncloa, José María Aznar imponía a
Miguel Blesa de la Parra –amigo y compañero de estudios, y el máximo
responsable de la ruina de la entidad y de la estafa de las acciones
preferentes y subordinadas- como presidente de Caja Madrid. Dos años después,
en junio de 1998, su Gobierno aprobaba la Ley de Liberalización del Suelo, que
daría lugar a la locura del ladrillo y la consiguiente burbuja inmobiliaria que
acabó siendo uno de los factores que influyeron en la crisis financiera de
cajas y bancos que está costando a los españoles más de 66.000 millones de
euros.
En
1996 empieza a funcionar lo que años más tarde sería considerado la ‘trama
Gürtel’, una serie de empresas que, según las investigaciones judiciales,
financiaron al PP, a nivel nacional y en comunidades autonómicas tan señaladas
por la corrupción como Madrid o el País Valencià. El ‘capo’ de esa trama,
Francisco Correa, alias Don Vito, se lució arrogante en la boda quasi real de
la hija Aznar, junto con otros corruptos –aunque no todos- que acabaron dando
con sus huesos en la cárcel.
En
2003 se celebran elecciones autonómicas en Madrid y las gana el socialista
Rafael Simancas que pacta con IU para arrebatar el poder al PP, que se había
quedado, igualmente, a dos escaños de la
mayoría. Para estupor de los propios socialistas, y de la mayoría de los
ciudadanos, a la sesión de investidura de Simancas no acudieron dos diputados socialistas:
Eduardo Tamayo y Mª Teresa Sáenz. Las elecciones se repitieron y las ganó
Esperanza Aguirre, que, desde entonces y hasta el presente, dominó la Comunidad
de Madrid, que se ha visto afectada por no pocos casos de corrupción, el último
el escándalo del caso Punica, que mantiene en prisión al exvicepresidente y
exsenador Francisco Granado, actualmente en la cárcel por su relación con el
citado caso de corrupción.
Aseguran
que detrás del llamado ‘tamayazo’ estaba no solo el PP sino una serie de
empresarios y especuladores del ladrillo que no podían tolerar que las
decisiones de Simancas arruinasen sus negocios.
La investigación del caso se ahogó en ríos de tinta, y el que fuera
ministro de Justicia de Zapatero, Mariano Fernández Bermejo, denunció
posteriormente, que se le prohibió actuar como fiscal de Madrid en ese caso.
Años después, en 2013, y en el transcurso de la investigación del Caso Gürtel,
la policía descubrió en uno de los ordenadores de Luis de Miguel, imputado en
el sumario de la trama como uno de los presuntos blanqueadores del dinero de
Correa, que conducía al tamayazo. El documento, fechado en el año 2002, era una
copia informática de un contrato de venta de acciones de una sociedad del grupo
de Correa, Gestión y Equipamientos Deportivos SL, creada, según la propia trama,
para hacer negocios con la Universidad Complutense. Quien figuraba como
comprador era el ex gerente de esa universidad, Dionisio Ramos, a quien el
escolta de Eduardo Tamayo señaló ante un juez, en 2005, como persona vinculada
al encargo que recibió de proteger al diputado tránsfuga tras el tamayazo.
Al
tiempo, en el País Valenciá, gobernado por el PP desde 1995, la fiebre del
ladrillo, que destruyó la mayoría del litoral del Regne de València, acabando
casi por completo con cualquier espacio de costa virgen, involucró en sus
proyectos faraónicos a la CAM –Caja de Ahorros del Mediterráneo- que se
integraría, junto con Caja Madrid y otras entidades de ahorro de comunidades
gobernadas por el PP, en la ruinosa Bankia, de la que, cada día, se conocen
nuevos detalles del latrocinio perpetrado por sus directivos y consejeros. Créditos
ruinosos a proyectos faraónicos, tarjetas fantasmas, indemnizaciones
millonarias e ilegales, y toda una fétida serie de acciones que causaron la
ruina de las Cajas y del país, mientras unos malhechores, casi todos
pertenecientes al PP, aunque también con la colaboración, el silencio y la
complicidad de socialistas y sindicalistas, se hacían de oro.
Viendo
la secuencia de hechos y las fechas de todo lo acontecido en este país en los
últimos treinta años, a poco que no se esté ciego o se sufra de una
infantiloide ingenuidad, se ve claramente qué y quienes, aprovechándose de la
impunidad del poder, asaltaron, con la palabra democracia en la boca, las arcas
del Estado.
Cuando Carlos Solchaga –ministro de Economía y Hacienda de Felipe
González- presumía de que en este país la gente se podía hacer muy rica y en
muy poco tiempo, estaba consagrando la corrupción y la impunidad, la
desfachatez de un modo de hacer política para enriquecerse a costa del pueblo.
Mas
las investigaciones judiciales, muchas veces a remolque de las noticias que
desvelan medios independientes, están poniendo cara a los culpables del
latrocinio. El pueblo está despertando, es consciente de quiénes son los
culpables de la crisis y no está dispuesto a perdonarlo. Ni a consentir que
siga sucediendo.
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