domingo, 18 de enero de 2015

Yo también soy trabajadora del Charlie Hebdo



Se la tenían jurada desde que publicaron las caricaturas de Mahoma. No faltaron críticas de otras religiones a aquellas caricaturas, porque el corporativismo religioso es indestructible. Las religiones, por su propia condición, son intolerantes con quienes no piensan como ellas y no reverencian sus mitos.

Los yihadistas que han asesinado hoy a once periodistas y un policía han disparado al corazón de la libertad de expresión y a quienes la defendemos como derecho imprescindible en cualquier sociedad. Y estamos indignados.

Los fanáticos asesinos de los dibujantes y del director del Charlie Hebdo, además de asesinos intolerantes, son sumamente torpes porque con su criminal acción no han hecho otra cosa sino encorajinar a la comunidad internacional, a aquellas naciones en las que se respeta la libertad de expresión de verdad, y las que invocan a conveniencia, como sucede en este país, donde, desde el Presidente Raxoi al Ministro del Interior, que la aclaman como sagrado bien democrático, a pesar de sus múltiples vulneraciones a ese derecho, que pasa por sus asaltos a las televisiones públicas al despido de periodistas que no somos ‘afectos a su régimen’.

Los fanáticos autores del atentado no han hecho ningún favor a su causa con los crímenes perpetrados hoy, sino que han echado gasolina al fuego de la intolerancia, la xenofobia y la islamofobia de extrema derecha que recorre Europa. Seguramente esos grupos racistas que crecen como la espuma en todos los rincones de Europa estarán frotándose las manos ante el crimen perpetrado hoy por los yihadistas. Cualesquiera de quienes hayan sido merecen la más absoluta repulsa, el más implacable de los desprecios y la más contundente de las represiones.

Dicen que los asesinos de los humoristas franceses perpetraron su crimen gritando “¡Alá es grande!”, frase estúpida para justificar un crimen contra la libertad de expresión. ¿La grandeza de su dios pasa por quitarle la vida a quien hace uso de ella? Es el mismo proceder irracional, cruel y estúpido, de los ultraortodoxos judíos que escupen a las adolescentes por no vestir según su criterio, o la de los obispos españoles que tildan de asesinas a las mujeres que quieren ser dueñas de sus cuerpos y sus decisiones, e incluso, alguno, como el arzobispo de Granada –ese encubridor de paidofilos-, invita a los hombres a abusar y humillar a las mujeres que abortan.

Se trata del mismo concepto irracional de quienes profesan el fanatismo religioso sea de la creencia que sea. Alá, Dios, Jehová… da igual como llamen al objeto de su obsesivo fervor, no más que la consecuencia de una invención absurda a la que ponen cara y pensamientos, de acuerdo a los suyos, y proclaman que hay que obedecer por muy necios que sean sus preceptos. 

El Charlie Hebdo, la publicación humorística cuyos periodistas gráficos han sido objeto de la brutal ira de los fanáticos islamistas se rieron siempre de las religiones; existen numerosas portadas que lo demuestran. No ridiculizaban especialmente el Islam, sino que lo hacían del fanatismo religioso de cualesquiera otras creencias. Ironizaban, y es de esperar, que sigan ironizando sobre todas las religiones porque para cualquier mente racional e inteligente la ironía sobre los mitos inventados que creen con una fe digna de mejor causa invita, como poco, a ella.

Las religiones, o los dirigentes de todas las religiones, se vienen dedicando, a lo largo de los siglos, a asesinar a quienes no piensan como ellos, desde los fanáticos rabinos judíos de la antigüedad a los islamistas actuales, pasando por los siglos de opresión y crímenes perpetrados en nombre del cristianismo, desde 313 hasta la desaparición de la Inquisición; que no olvidemos, en España actuó hasta 1834, en tiempos de la regencia de la reina María Cristina y bajo el gobierno de Fernando de la Rosa.

El salvaje crimen perpetrado hoy por los yihadistas contra los trabajadores del Charlie Hebdo entra en el habitual comportamiento histórico de los fanatismos religiosos, condenables tanto los perpetrasen los cristianos de las cruzadas o los actuales islamistas. Es la misma aberrante intolerancia de quienes no solo son incapaces de pensar, sino que desean eliminar a quienes piensan, porque son un peligro para sus obtusas creencias.

Hoy, todos los que luchamos de un modo u otro por la irrenunciable libertad de expresión, miramos a la redacción del Charlie Hebdo con dolor e indignación. No hay nada que pueda justificar el asesinato de alguien por ironizar, o aún burlarse, de una ideología o una religión, sea la que sea.

Mas no olvidemos que en este país nuestro, donde, evidentemente, la religión impuesta no asesina a tiros, también existe un fanatismo religioso que cuando le parece lleva a los tribunales, exigiendo cuantiosas multas e incluso penas de cárcel, a quienes ironizan sobre su secta, como hicieron hace unos años contra Javier Krahe. Su fanatismo y su avaricia lleva a exigir que le entreguen cerca de 160 mil millones de euros al año sin importarle que existan enfermos de hepatitis C a los que el Gobierno dice no tener fondos para pagar los medicamentos que les salven la vida, o que obliga a los pensionistas que perciben ridículas prestaciones a renunciar a sus tratamientos para entregar esa lluvia de millones a la secta católica.

Es inevitable, y necesario, rebelarse e indignarse con los fanáticos integristas islamistas que perpetraron hoy el salvaje atentado contra doce personas y la irrenunciable libertad de expresión. Pero no olvidemos que cualesquier forma de exaltación religiosa mata siempre, de un modo u otro.

Y no nos dejemos tomar el pelo por un Gobierno que invoca la libertad de expresión cuando conviene a sus planes, pero que la vulnera constantemente persiguiendo a los profesionales libres.

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