Se
la tenían jurada desde que publicaron las caricaturas de Mahoma. No faltaron
críticas de otras religiones a aquellas caricaturas, porque el corporativismo
religioso es indestructible. Las religiones, por su propia condición, son
intolerantes con quienes no piensan como ellas y no reverencian sus mitos.
Los
yihadistas que han asesinado hoy a once periodistas y un policía han disparado
al corazón de la libertad de expresión y a quienes la defendemos como derecho
imprescindible en cualquier sociedad. Y estamos indignados.
Los
fanáticos asesinos de los dibujantes y del director del Charlie Hebdo, además
de asesinos intolerantes, son sumamente torpes porque con su criminal acción no
han hecho otra cosa sino encorajinar a la comunidad internacional, a aquellas
naciones en las que se respeta la libertad de expresión de verdad, y las que
invocan a conveniencia, como sucede en este país, donde, desde el Presidente
Raxoi al Ministro del Interior, que la aclaman como sagrado bien democrático, a
pesar de sus múltiples vulneraciones a ese derecho, que pasa por sus asaltos a
las televisiones públicas al despido de periodistas que no somos ‘afectos a su
régimen’.
Los
fanáticos autores del atentado no han hecho ningún favor a su causa con los
crímenes perpetrados hoy, sino que han echado gasolina al fuego de la
intolerancia, la xenofobia y la islamofobia de extrema derecha que recorre
Europa. Seguramente esos grupos racistas que crecen como la espuma en todos los
rincones de Europa estarán frotándose las manos ante el crimen perpetrado hoy
por los yihadistas. Cualesquiera de quienes hayan sido merecen la más absoluta
repulsa, el más implacable de los desprecios y la más contundente de las
represiones.
Dicen
que los asesinos de los humoristas franceses perpetraron su crimen gritando
“¡Alá es grande!”, frase estúpida para justificar un crimen contra la libertad
de expresión. ¿La grandeza de su dios pasa por quitarle la vida a quien hace
uso de ella? Es el mismo proceder irracional, cruel y estúpido, de los
ultraortodoxos judíos que escupen a las adolescentes por no vestir según su
criterio, o la de los obispos españoles que tildan de asesinas a las mujeres
que quieren ser dueñas de sus cuerpos y sus decisiones, e incluso, alguno, como
el arzobispo de Granada –ese encubridor de paidofilos-, invita a los hombres a
abusar y humillar a las mujeres que abortan.
Se
trata del mismo concepto irracional de quienes profesan el fanatismo religioso
sea de la creencia que sea. Alá, Dios, Jehová… da igual como llamen al objeto
de su obsesivo fervor, no más que la consecuencia de una invención absurda a la
que ponen cara y pensamientos, de acuerdo a los suyos, y proclaman que hay que
obedecer por muy necios que sean sus preceptos.
El
Charlie Hebdo, la publicación humorística cuyos periodistas gráficos han sido
objeto de la brutal ira de los fanáticos islamistas se rieron siempre de las
religiones; existen numerosas portadas que lo demuestran. No ridiculizaban
especialmente el Islam, sino que lo hacían del fanatismo religioso de
cualesquiera otras creencias. Ironizaban, y es de esperar, que sigan ironizando
sobre todas las religiones porque para cualquier mente racional e inteligente
la ironía sobre los mitos inventados que creen con una fe digna de mejor causa
invita, como poco, a ella.
Las
religiones, o los dirigentes de todas las religiones, se vienen dedicando, a lo
largo de los siglos, a asesinar a quienes no piensan como ellos, desde los
fanáticos rabinos judíos de la antigüedad a los islamistas actuales, pasando
por los siglos de opresión y crímenes perpetrados en nombre del cristianismo,
desde 313 hasta la desaparición de la Inquisición; que no olvidemos, en España
actuó hasta 1834, en tiempos de la regencia de la reina María Cristina y bajo
el gobierno de Fernando de la Rosa.
El
salvaje crimen perpetrado hoy por los yihadistas contra los trabajadores del
Charlie Hebdo entra en el habitual comportamiento histórico de los fanatismos
religiosos, condenables tanto los perpetrasen los cristianos de las cruzadas o
los actuales islamistas. Es la misma aberrante intolerancia de quienes no solo
son incapaces de pensar, sino que desean eliminar a quienes piensan, porque son
un peligro para sus obtusas creencias.
Hoy,
todos los que luchamos de un modo u otro por la irrenunciable libertad de
expresión, miramos a la redacción del Charlie Hebdo con dolor e indignación. No
hay nada que pueda justificar el asesinato de alguien por ironizar, o aún
burlarse, de una ideología o una religión, sea la que sea.
Mas
no olvidemos que en este país nuestro, donde, evidentemente, la religión
impuesta no asesina a tiros, también existe un fanatismo religioso que cuando
le parece lleva a los tribunales, exigiendo cuantiosas multas e incluso penas
de cárcel, a quienes ironizan sobre su secta, como hicieron hace unos años
contra Javier Krahe. Su fanatismo y su avaricia lleva a exigir que le entreguen
cerca de 160 mil millones de euros al año sin importarle que existan enfermos
de hepatitis C a los que el Gobierno dice no tener fondos para pagar los
medicamentos que les salven la vida, o que obliga a los pensionistas que
perciben ridículas prestaciones a renunciar a sus tratamientos para entregar
esa lluvia de millones a la secta católica.
Es
inevitable, y necesario, rebelarse e indignarse con los fanáticos integristas
islamistas que perpetraron hoy el salvaje atentado contra doce personas y la
irrenunciable libertad de expresión. Pero no olvidemos que cualesquier forma de
exaltación religiosa mata siempre, de un modo u otro.
Y
no nos dejemos tomar el pelo por un Gobierno que invoca la libertad de
expresión cuando conviene a sus planes, pero que la vulnera constantemente
persiguiendo a los profesionales libres.
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