Leyendo
los titulares de prensa, viendo casi a diario noticias que involucran a
dirigentes del PP en casos de corrupción, los ciudadanos acabarán preguntándose
si queda alguno que no esté enfangado en algún charco de miseria ética. Hoy fue
el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, quien protagonizó
uno de esos episodios que el gran Valle describiría como el reflejo de la
realidad en los espejos cóncavos. Para ser más claros, el esperpento más
absoluto.
Y
es que tras años de denuncias archivadas, acusaciones, negaciones, más
denuncias y más archivos, incluido el del Supremo, fue el propio González el
que hoy trajo a la actualidad el extraño episodio de su lujoso piso en Marbella,
ese que se vincula con parte del cobro de un soborno por el pelotazo de unas
recalificaciones hechas a beneficio de alguna trama corrupta y que, evidentemente,
González niega, para asegurar que la policía le tiene manía, como hacen con los
suspensos los malos estudiantes, o la ‘perlitas’ que acusaba a Iglesias de
suspenderla por llevarlas, aunque la realidad es que la suspendieron también
otros dos profesores, porque parece que era poco lista, como poco.
El
presidente González, histérico y al borde de un ataque de nervios, que ríanse
de los que aquejaban a las chicas Almodóvar, se puso tan nervioso que dio
plantón a la ministra de Fomento, que supervisaba el avance de las obras de
construcción de la nueva estación de Soto del Henares, en Torrejón de Ardoz
(Madrid). González tendría que haber acudido a ese acto de propaganda
preelectoral, mas preso de la histeria, al ver como el turbio asunto de su
lujoso piso puede dejarle fuera de la candidatura de Madrid, debido a una
información aparecida en el diario El Mundo, se escaqueó de su compromiso con
Ana Pastor para presentarse ante los medios con el objeto acusar a dos
comisarios de "chantaje" y "extorsión" por la información
de 'El Mundo', solicitó amparo al Ministerio del Interior, y se mostró convencido,
o intentó persuadir a la prensa, de que las informaciones procedían de su
entorno para anularlo de cara a las elecciones del 24 de mayo, liándose en unos
desmentidos esperpénticos y absurdos que le dejaron, aún más, con las posaderas
a la intemperie.
La
realidad es que hace meses, cuando dos policías de Málaga descubrieron que el
piso de Ignacio González había sido adquirido a una sociedad radicada en un
paraíso fiscal, cosa que ningún político con sentido común haría, la respuesta
del Ministerio del Interior fue cesar a esos inspectores para que no siguieran
molestando al entonces poderoso González. Entonces, porque en el presente se ha
desvelado como una más de las muchas patatas calientes que el PP maneja ante
las elecciones, que no sabe qué hacer con tanto corrupto que le impide
presentar en cualquier autonomía una lista limpia de políticos que nunca hayan
visto sus nombres relacionados con la miseria ética de los latrocinios de lo
público.
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