Hace
años, cuando la crisis empezaba a desmoronarlo todo, muchos se preguntaban a
qué llevaría y quién, o quiénes, podían estar detrás de lo que entonces se
percibía como una locura sin responsables. Mas el tiempo dejó al descubierto
quienes movieron los hilos para que se produjese la crisis y qué perseguían con
ella. En este país el proceso de eliminación de derechos laborales y sociales
alcanzó cotas brutales con el gobierno del PP. Es lo que buscaban oligarcas,
especuladores y corruptos; desmantelar la economía para poder explotar a los
trabajadores hasta los extremos en que lo están actualmente.
A
raíz de la crisis se impuso un capitalismo salvaje en todo el mundo. Aunque la
crisis se comenzó a gestar a raíz de la caída del Muro de Berlín, la
unificación de Alemania y la desaparición de la Unión Soviética. El capitalismo
se vio libre de coacciones y con las manos libres, sin el temor a que los
trabajadores decidieran unirse contra los explotadores, siguiendo el ejemplo de
la revolución rusa. Para mantener contento al proletariado la socialdemocracia
inventó los Estados del Bienestar. Mas cuando desapareció el ‘coco’ del
comunismo Margaret Thatcher y Ronald Reagan emprendieron un camino de
eliminación de los Estados del Bienestar que culminó con la gestión de la
actual crisis, que ahora nos dice el gobierno del PP ha terminado en este país.
La
situación económica sigue siendo dramática para millones de personas, que se
enfrentan a circunstancias espeluznantes, como el no poder hacer frente a los
recibos de luz, verse en la tesitura de tener que acudir a comedores sociales o
bancos de alimentos para poder pagar sus hipotecas o alquileres, porque, de no
hacerlo, se verán expulsados de sus domicilios, muchas veces en brutales
lanzamientos de la policía, pagada por todos los ciudadanos, que los apalea
porque defienden tan solo el interés de los bancos o los arrendadores, con
frecuencia fondos buitre que compraron a precio de saldo viviendas sociales a ayuntamientos
o comunidades autónomas que facilitaron que algunos intermediarios, como el
hijo de Aznar entre otros, hagan negocios en semanas que suponen lo que no
ganarán muchos trabajadores a lo largo de su vida. Cuando Raxoi y sus corifeos proclaman que la
economía va bien lo hacen de sus propias economías y las de sus amigos oligarcas:
los especuladores, los altos cargos de las empresas del IBEX, los dirigentes de
la patronal y los políticos corruptos que son los que engordan sus cuentas,
poco corrientes, a costa del sudor y la vida de los trabajadores.
Sin
embargo, la realidad es muy otra. Según los datos del INEM el número de parados
es de 4.512.153. Sin embargo, la EPA (encuesta de población activa, que es la
que los organismos internacionales reconocen como dato fiable sobre los datos
del paro), fija una cifra de 5.545.100 desempleados. Con semejantes cifras
hasta el nada sospechoso de izquierdismo, el presidente del Eurogrupo,
Jean-Claude Juncker, considera que “en España, aunque las cosas estén
mejorando, no podemos decirle a la gente, ni a nosotros mismos, que la crisis
se ha acabado. Lo honesto es decir que seguiremos con graves dificultades
mientras el paro no baje a niveles normales. Estamos en medio de la crisis:
esto no ha terminado”. Criterio que el presidente del Gobierno, Mariano Raxoi y
su gente, no siguen. Allá donde tienen oportunidad de hablar cuentan que la
crisis está superada y que, gracias a sus medidas económicas, este país es
prácticamente la locomotora de la economía europea.
Nada
importa a las gentes del PP que el número de parados alcance unas cifras
espeluznantes, sobre todo entre los jóvenes, cuya tasa de paro supera el 53%. O
que al cierre de enero hubiese tan solo 2.416.786 parados con derecho a
prestación, lo que supone un descenso respecto al mismo mes del año anterior
del 13,8%. Al tiempo, los últimos datos disponibles sobre contratación,
conocidos esta semana, señalan que sólo un 8,6% de los contratos firmados en
los últimos tres años eran indefinidos y que la mitad de ellos ni siquiera
correspondían a jornada completa. En cambio, uno de cada tres, tenía carácter
temporal y contemplaba un trabajo por horas. Los últimos datos de contratación
contradicen así el optimismo del Gobierno en materia de empleo. Desde el inicio
de la legislatura hasta finales del mes pasado se registraron 48.355.439 contratos,
muchos de ellos con un mismo asalariado. Pues bien, de esa cantidad, sólo
4.160.776 tenían carácter indefinido, es decir, el 8,6%; mientras que el 91,4%
restante (44.194.663) eran temporales. Ese sistema de contratación se traduce
en salarios por debajo del mínimo de seiscientos euros y una explotación
intolerable, que se traduce en contratos a tiempo parcial de cuatro horas, aunque
luego los empresarios hagan trabajar, no ya jornadas de ocho horas, sino,
incluso, de diez o doce y pagados con sueldos de miseria que mantienen a
quienes los perciben por debajo del umbral de la pobreza.
Cuando
descarada, o cínicamente, Raxoi y sus ministros hablan del fin de la crisis o
de los buenos datos económicos mienten o pretenden reírse de los trabajadores,
de los parados, de los desahuciados, de quienes no pueden pagar los
medicamentos, y de los que no tienen para hacer frente al gasto de la
calefacción, o incluso del agua, porque un bien que tendría que ser gratuito y
un derecho inalienable también se ha convertido en un lucrativo negocio, como
el sol.
Y
mientras la gente muere en la calle de frío porque se quedó sin casa, por la falta de medicación, o porque no puede
calentar su hogar, tres millones de niños tienen problemas de nutrición y la
desesperanza de no salir nunca del pozo de la miseria aqueja a más doce
millones de personas, el Gobierno regala miles de millones las empresas de
autopistas o a las compañías energéticas, permite que los oligopolios suban los
precios tanto como quieren y con total impunidad, y los corruptos han dejado
las arcas públicas en estado de caquexia. Para esos la economía va bien. Para
los bancos que aumentaron sus beneficios en miles de millones mientras estafan
a sus usuarios con igual impunidad o para los especuladores.
Esa
es la economía que va de cine, la economía miserable del capitalismo salvaje,
sin coto, sin controles y sin correcciones por parte del Estado. El
ultraliberalismo que tanto gusta a los dirigentes del PP.
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