“¡No se puede decir que todos los políticos sean
corruptos porque existan unos cuantos sinvergüenzas!” La rotunda afirmación la
hacía, en la tertulia de La Sexta ‘Al rojo vivo’, una colaboradora de
Elplural.com.,un digital dirigido por Enrique Sopena, hombre muy vinculado al
PSOE, que fue en su día Director de Informativos de RTVE cuando Felipe González
era Presidente del Gobierno. El reproche lo hacía la colaboradora de El Plural
a Carolina Bescansa, integrante de Podemos, que atribuía el asunto de las
‘tarjetas fantasmas’ de Caja Madrid a una sistémica podredumbre del actual régimen
.
La descomposición registrada en Caja Madrid, y
posteriormente en Bankia, supone que los ciudadanos tengamos que sufragar con
nuestros impuestos 24.000 de los 66.000 millones de euros del rescate bancario,
y el recorte de infinidad de derechos adquiridos a lo largo de décadas. No es
sino el paradigma de una manera de hacer política y manejar lo público por
parte de los partidos y los sindicatos del sistema que revela la corrupción
existente en un régimen que ha hecho de ella su modo de vida. En el asunto de
esas tarjetas, cuyo despilfarro supuso alrededor de quince millones de euros, estuvieron
implicados partidos del arco parlamentario madrileño –PP, PSOE e IU y los
sindicatos CCOO y UGT-; en suma, todo el poder político de la comunidad de
Madrid.
Esas tarjetas opacas, de las que disfrutaban los
consejeros y directivos de Caja Madrid, se cargaban a cuentas computadas como
‘errores del servidor informático’, de ese modo sus usuarios no tenían que
declarar a Hacienda los privilegios económicos que les proporcionaba su uso, ni
figuraban en los contratos o estatutos de la Caja. Eran, como las define la
prensa, tarjetas fantasmas, la materialización del espectro de la corrupción y
ausencia de ética de una clase dirigente que, durante décadas, ha hecho del
abuso de las cuentas públicas su confortable modo de vida.
Esos ochenta y cuatro imputados, de todos los
partidos, y elegidos por las cúpulas de los mismos como ‘premio’ a sus
servicios prestados, conscientes de que la participación en los órganos
directivos de las Cajas –la de Madrid y todas aquellas que han tenido que ser
rescatadas a causa del despilfarro y latrocinio de sus directivos-, era un
premio, un momio que compensaba la pérdida de otros puestos de poder en el
ámbito político o sindical y que permite constatar que un buen número de
vividores hicieron del ejercicio político no un servicio a los ciudadanos, sino
un modo de vida, bien pagado y rentable a cambio de muy pocos esfuerzos.
Con casos como el de las tarjetas fantasma, y
otros muchos que asaltan nuestra capacidad de aguante y que cada día desvelan los
medios - los Gürtel, Bárcenas, Pokemon, Eres, Brugal, Pujol, etc- se constata
que no es que existan casos aislados de políticos corruptos, que aprovecharon
su cargo para ejercer un inadmisible latrocinio, sino que es el sistema, o el
régimen, el que, durante más de treinta años, articulo un entramado de cuotas
de poder para poder lucrarse de las arcas públicas a costa de los sacrificios
de los ciudadanos.
Esa ‘omertá’ mafiosa, llevada a cabo por los
representantes de partidos políticos y sindicatos, extendida a muchos ámbitos
de la administración, es la responsable de una crisis económica de la que los
mismos piratas que la causaron culparon a los ciudadanos diciéndonos que
‘habíamos vivido por encima de nuestra posibilidades’, cuando la realidad es
que nos robaron por encima de ellas. Y siguen en ello, porque cada recorte que
padecemos –el gasto por prestaciones a parados baja un 18% y el de Educación un
25% en los PGE, y siguen un año más sin recibir un euro las víctimas de la
dictadura franquista, entre otros abusos-, son la consecuencia de un latrocinio
sistemático llevado a cabo por todos los partidos del sistema.
Quienes se sorprenden de las palabras de los
líderes de Podemos que señalan los problemas del régimen, y niegan la mayor, hacen
sospechar que, de alguna forma, pertenecen a ese sistema que, durante treinta y
cuatro años, estuvo, y aún está, repartiendo prebendas entre aquellos que los
jaleaban, ya fueran periodistas, tertulianos o voceros. Nadie que no haya
participado del festín puede justificar tanto latrocinio y tanto abuso.
Y como no se trata de corruptos aislados, sino de
un sistema corrupto, para salir de ese estado de latrocinio sistemático que
roza o alcanza a todo el mundo –hoy se ha conocido la relación entre el nuevo
Ministro de Justicia, Rafael Catalá, con el que fuera socio de Iñaki
Urdangarin, Diego Torres, después de que fuera imputado por su supuesta
actividad delictiva al frente del Instituto Nóos, en donde trabajaron juntos en
varias operaciones relacionadas con el asesoramiento del sector público, según
ha informado este jueves El Confidencial- no cabe más solución que una limpieza
a fondo, un nuevo código ético que limpie la política de una caterva de
delincuentes, que hicieron de la política su modo de vida, al convertir un
noble oficio en una mafia.
Son los que propiciaron que España sea el país
europeo en el que las familias perdieron más poder adquisitivo –el 28% desde
2007, año en que comenzó la crisis-,
según el banco suizo Julius Baer. En esos años gobernó el PSOE y gobierna el
PP, y durante ellos al aumento de la pobreza de los ciudadanos correspondió el
indecente enriquecimiento de un 1% de la población y el país donde vive el más
rico de los europeos, Amancio Ortega, paradigma de empresario sinvergüenza y
esclavista que construye día a día su fortuna sobre la explotación de
trabajadores sin derechos en sus fábricas deslocalizadas donde explota a
menores y mujeres, hasta la extenuación. Y el sistema se lo permite.
Desde luego, no es la democracia la causante del
actual estado de latrocinio, como claman algunos nostálgicos de la dictadura,
sino su ausencia, desde su carencia en el seno de los partidos políticos a la
falta de control ciudadano, la ausencia de transparencia en la que se
camuflaron los partidos políticos para hacer tiras y capirotes del dinero y los
derechos de todos.
Es la hora de los ciudadanos, de que tomemos el
control de las instituciones para sanearlas, limpiarlas de tanto corrupto y
sacar de la vida pública a quienes, durante treinta y cuatro años, se
escondieron tras una falsa democracia para medrar y engañarnos a todos.
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