domingo, 12 de octubre de 2014

La ejecución de Excalibur, paradigma de la España cruel rancia y beata.


Excalibur: Cada vez que miro a mi perro, cada vez que lo acaricio, cada vez que regreso a casa y me recibe dando saltos alborozado pienso en ti. Pienso en ti triste y solito, esperando ansioso el regreso de tu familia, tus padres, y pienso en el terror que sentirías al abrirse la puerta y ver aparecer, en lugar de a tu familia, a unos seres extraños que daban miedo. Nadie, excepto tú y tus asesinos, sabéis qué sucedió desde que se abrió la puerta de tu casa hasta que te asesinaron, alejado del calor de los tuyos, solo y aterrorizado. No te olvido Excalibur, como no te olvidan ni tu familia ni los miles de personas que ayer se manifestaron en todo el país abominando de tu asesinato y pidiendo responsabilidades por él. Malditos sean. 

Excalibur, el perro sacrificado a mayor gloria de la beatería y la crueldad de una España que no acaba de desaparecer, se ha convertido en el paradigma de la conducta de quienes se empeñan en prolongar, por lo siglos de los siglos, un país cruel, rancio, beato y de derechas. 

El mensaje de la caverna, justificando el irracional sacrificio de un animal lleno de vida que esperaba el regreso de su familia a la casa donde siempre vivió entre mimos y amor, caló en las mentalidades febles y crueles de quienes consideran a los animales como cosas sin sentimientos: ‘es que no había donde tenerlo’ justificaba en una parada de bus una sexagenaria estúpida que entendía que las corridas de toros ‘a veces son crueles porque no matan bien’…como si todo lo que precediese a tal tortura no lo fuese igual. Y que repetía, cual loro ágrafo, las consignas cavernarias que justificaron el asesinato de Excalibur igual que la criminalización de la víctima de la decisión irresponsable de traer a unas instalaciones sanitarias inadecuadas a unos enfermos de ébola terminales, tan solo porque eran miembros de la secta católica. 

A ninguno de los (ir)responsables de la muerte de Excalibur, contra el criterio científico y ético de miles de personas, se le ocurrió que hubieran bastado unas horas para construir el necesario habitáculo con el fin de mantener vivo y en observación a Excalibur, dejándolo, mientras tanto, tranquilo en su casa. Serán capaces de argumentar que no había dinero para ello. Y lo harán quienes entregan 500 millones de euros de los PGE a los tauricidas. Los que regalan más de 13.000 millones de euros al mes a la secta católica, los mismos que hoy han derrochado 800.000. euros en un  absurdo desfile militar, sin contar los desfiles aéreos, uno celebrado ayer, en el que se quemaron miles de litros de contaminante queroseno, para que los dos sátrapas de La Zarzuela se divirtiesen un rato, y otro para distraer a dos niñas ricas y a una masa babeante y sin dignidad.

El derroche de ese dinero, del que una ínfima parte podría haber salvado la vida de Excalibur, es el paradigma de un país en el que los que mandan van por un camino diametralmente opuesto a los ciudadanos, convertidos en súbditos, a los que jamás se escucha y siempre son acusados, por una casta de ladrones que viven en un mundo de lujo y molicie, ciegos y sordos al sufrimiento del pueblo. Plutócratas sin decencia encastillados en sus privilegios y su villanía. 

Quienes firmaron la irrazonable sentencia de muerte contra Excalibur, esos políticos y técnicos avalados por un juez sin alma, son los que perpetúan una España reaccionaria, inacabable, beata y por eso mismo, cruel con los animales. Los políticos del PP, los que desde el Gobierno, a través del Ministro de Incultura y Tauricidios varios, quiere que la tortura de bóvidos indefensos sea considerada internacionalmente –para irritación de todo el mundo civilizado- patrimonio inmaterial de la humanidad, y les regala al menos 500 millones de euros del dinero de todos,  es el mismo partido que aprobó en Castilla-León la caza con lanza, el que introdujo como materia curricular de la enseñanza primaria los siniestros espectáculos taurinos, el que, en Castilla-La Mancha, para complacer a unos psicópatas malnacidos, aprobó una ley de caza que avala la sádica costumbre de asesinar a los perros que no les sirven para cazar, así como a indefensos gatos callejeros, o sembrar el campo de cepos, en los que, es de desear, se deje alguno de ellos un pie o los huevos. 

Aunque no son solo son los del PP los políticos que no tienen ni alma ni vergüenza a la hora de respetar a los animales. Existen infinidad de ayuntamientos en este bochornoso país, regidos también por socialistas, como el de Tordesillas, que protegen, promocionan y defienden salvajadas similares a la del Toro de la Vega. O Presidentes autonómicos, como el asturiano Javier Fernández, que, para congraciarse con cazadores y ganaderos, ha firmado la autorización de masacrar lobos, especie protegida en toda Europa. 

También se dice socialista Eduardo Madina, que en un twiter en el que pretende mostrarse solidario, aunque lo que evidencia es el común sentimiento de desprecio por los animales de la casta política, manifiesta: ‘un perro en Madrid ha generado más movilización y noticias que miles de muertos en África. Para reflexionar’. El mensaje de Madina es el mismo que el de la caspa beata, que no se acuerda de los que sufren más que para justificar la crueldad con los animales, como si esta fuera a remediar el abandono de aquellos que son víctimas del capitalismo asesino que defienden, entre ellos, los psocialistas -que no socialistas- que compadrean con los bancos y pusieron trabas a que se investigase Caja Madrid, porque también los suyos estaban pringados. 

Es el ejemplo de una absurda irracional e incivilizada disyuntiva que se empeña en enfrentar los derechos de los animales con los de los humanos, como si, al cuidar y defender la vida del resto de seres vivos, se estuviese vulnerando el de los hombres. 

Resultaría patético, si no fuese por lo que de indignante tiene, oír defender a los enemigos de los animales sus tesis de por qué han de estar antes las personas en un pugilato irracional y mendaz. Porque quienes desprecian el respeto por los animales, argumentando que el hacerlo supone un gasto escandaloso cuando hay hambre y enfermedad en el mundo, suelen ser los mismos que justifican desfiles militares y regalos a la secta. Aquellos que consideran un dispendio la compra de un saco de pienso de tres euros, no hacen ascos a gastarse mil en un aparatejo electrónico o cincuenta, a diario, en unas copas. 

Son comportamientos e ideas que están incrustados en el inconsciente colectivo de un país de beatos, a los que la secta católica viene imbuyendo, desde la noche de los tiempos, la idea de que los animales son tan solo objetos para que el hombre, creado a imagen y semejanza de su inventado dios, disponga de ellos con toda crueldad y sin el menor reproche moral.
No hay que olvidar la ejecución de Excalibur ni a sus responsables. Son los mismos que nos roban la dignidad y los derechos, los que, como sátrapas, disponen de nuestro dinero para sus caprichos, devociones y vicios. Aquellos a los que hay que expulsar de la vida pública, porque son un peligro para la supervivencia y la dignidad de todo el país. 

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