Ayer un grupo de notables, privilegiados u
oligarcas, llámeseles como apetezca, celebraron, con un desfile por tierra que
costó 800.000 euros –nada han contado de a cuánto ascendió el aéreo que le
acompaño, ni del celebrado el día anterior para regocijo de los sátrapas de la
Zarzuela- el Día de la Fiesta Nacional o de la Hispanidad. Para una gran
mayoría de ciudadanos la onomástica no significa nada. Seguramente porque no es
nada, sino un falso patrioterismo impostado, que no toca para nada las cuerdas
de la sensibilidad de la ciudadanía.
Tiene mucho que ver esa indiferencia con la
identificación, nunca superada, de la bandera y el ejército, el patioterismo y
la parafernalia con el régimen anterior. Los ‘Padres de la Patria’ no tuvieron
la inteligencia y sensibilidad suficiente para pensar en una bandera distinta,
que no hiciera asimilar la enseña con el régimen anterior, por mucho que le
quitasen el pajarraco.
La llamada ‘Fiesta nacional’, además, es la fiesta
de la España centralista, castellana, la que impuso, allá por 1714, la
uniformidad de una nación que era plural, un país de países, que si se hubiesen
respetado, muy otra hubiese sido la historia, y muy distinta la convivencia.
Mas el criterio centralista, de la imposición del castellanismo centralista a
fuerza de mamporros, se impuso entonces como en el presente. Y la derecha,
torpe siempre, durante el siglo pasado y el presente, se obcecó en que se
identificase la nación, el patriotismo con su ideología. Ser de izquierdas,
reivindicativo, contrario a las corridas de toros, ateo o hiperespañolita era
ser antipatriota y antiespañol. La ‘patria’ era de ellos. Sigue siendo de
ellos.
En esa tesitura, ¿quién que no pertenezca a su
ideología centralista, reaccionaria, beata y cruel puede identificarse con esa
falsa imagen de nación que celebran quemando queroseno y cientos de miles de
euros, de espaldas a las acuciantes necesidades de millones de ciudadanos, puede
compenetrarse con esa ‘fiesta’?
¿Podemos sentir ‘orgullo de ser españoles’ cuando
vemos cómo los defensores de ese patrioterismo, rancio y militarizado,
encarcelan a quienes reivindican sus derechos con una ley franquista, porque
quieren escarmentar a quienes osan protestar por las nefastas políticas de un
Gobierno reaccionario, depredador y corrupto?
Tras el desfile militar uno o dos centenares de
privilegiados se pasearon por el Palacio Real, comiendo canapés y bebiendo
exquisiteces, besando las manos de los sucesores del dictador genocida,
hablando de frivolidades, ajenos a los problemas de un pueblo que se debate
entre el paro y la miseria, la explotación y la represión.
¿Es esa la fiesta de la nación que pretenden
vendernos? La de un Estado empobrecido a causa del latrocinio impune de
políticos y banqueros que, en comandita, se llevaron hasta las raspas de las
arcas públicas y no conformes con esos latrocinios, siguen derrochando el
dinero público en astracanadas de uniformes, armas, canapés y desvergüenza.
Si esa es la patria que quieren defender y
ensalzar no pueden esperar que el común de los ciudadanos la sienta como algo
suyo, apenas puede percibirla indiferente, cuando no encorajinado, hacia ese patriotismo
de guardarropía con olor a naftalina y cirio de iglesia.
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