lunes, 13 de octubre de 2014

Fiesta ¿nacional?



Ayer un grupo de notables, privilegiados u oligarcas, llámeseles como apetezca, celebraron, con un desfile por tierra que costó 800.000 euros –nada han contado de a cuánto ascendió el aéreo que le acompaño, ni del celebrado el día anterior para regocijo de los sátrapas de la Zarzuela- el Día de la Fiesta Nacional o de la Hispanidad. Para una gran mayoría de ciudadanos la onomástica no significa nada. Seguramente porque no es nada, sino un falso patrioterismo impostado, que no toca para nada las cuerdas de la sensibilidad de la ciudadanía. 

Tiene mucho que ver esa indiferencia con la identificación, nunca superada, de la bandera y el ejército, el patioterismo y la parafernalia con el régimen anterior. Los ‘Padres de la Patria’ no tuvieron la inteligencia y sensibilidad suficiente para pensar en una bandera distinta, que no hiciera asimilar la enseña con el régimen anterior, por mucho que le quitasen el pajarraco. 

La llamada ‘Fiesta nacional’, además, es la fiesta de la España centralista, castellana, la que impuso, allá por 1714, la uniformidad de una nación que era plural, un país de países, que si se hubiesen respetado, muy otra hubiese sido la historia, y muy distinta la convivencia. Mas el criterio centralista, de la imposición del castellanismo centralista a fuerza de mamporros, se impuso entonces como en el presente. Y la derecha, torpe siempre, durante el siglo pasado y el presente, se obcecó en que se identificase la nación, el patriotismo con su ideología. Ser de izquierdas, reivindicativo, contrario a las corridas de toros, ateo o hiperespañolita era ser antipatriota y antiespañol. La ‘patria’ era de ellos. Sigue siendo de ellos. 

En esa tesitura, ¿quién que no pertenezca a su ideología centralista, reaccionaria, beata y cruel puede identificarse con esa falsa imagen de nación que celebran quemando queroseno y cientos de miles de euros, de espaldas a las acuciantes necesidades de millones de ciudadanos, puede compenetrarse con esa ‘fiesta’? 

¿Podemos sentir ‘orgullo de ser españoles’ cuando vemos cómo los defensores de ese patrioterismo, rancio y militarizado, encarcelan a quienes reivindican sus derechos con una ley franquista, porque quieren escarmentar a quienes osan protestar por las nefastas políticas de un Gobierno reaccionario, depredador y corrupto? 

Tras el desfile militar uno o dos centenares de privilegiados se pasearon por el Palacio Real, comiendo canapés y bebiendo exquisiteces, besando las manos de los sucesores del dictador genocida, hablando de frivolidades, ajenos a los problemas de un pueblo que se debate entre el paro y la miseria, la explotación y la represión. 

¿Es esa la fiesta de la nación que pretenden vendernos? La de un Estado empobrecido a causa del latrocinio impune de políticos y banqueros que, en comandita, se llevaron hasta las raspas de las arcas públicas y no conformes con esos latrocinios, siguen derrochando el dinero público en astracanadas de uniformes, armas, canapés y desvergüenza. 

Si esa es la patria que quieren defender y ensalzar no pueden esperar que el común de los ciudadanos la sienta como algo suyo, apenas puede percibirla indiferente,  cuando no encorajinado, hacia ese patriotismo de guardarropía con olor a naftalina y cirio de iglesia.



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