martes, 16 de septiembre de 2014

La ‘tradición’ de Tordesillas o la vergüenza de ser español.



Escribir de la agonía de un bóvido indefenso en un día en el que el Ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, amenaza con suspender la autonomía en Catalunya para frenar el referéndum podría parecer una frivolidad sino fuese porque ambas cuestiones forman parte del mismo problema, del triste y, parece que insuperable, de dos idiosincrasias y maneras de ver las cosas irremediablemente enfrentadas en un país en que unos queremos progresar y otros se empeñan, con violencia y cerrilidad, mantener lo más obscuro y siniestro de la historia de este bochornoso país.
El mismo en el que, por un lado un juez expulsado de la carrera judicial con malas artes y por intentar investigar la dictadura y la corrupción, al que el relator de Naciones Unidas, Pablo de Greiff,  da la razón al tiempo que critica que España no haya resarcido aún a las víctimas de la guerra civil y de la dictadura, y por otro el Gobierno se queja del interés del organismo internacional, porque está muy preocupado en tapar los muchos problemas de corrupción y latrocinio que le afectan. La misma nación gobernada por unos meapilas que regalan a la secta católica 13.000 millones de euros al tiempo que quitan subvenciones a los parados y sanidad a los inmigrantes. Es la España negra y retrógrada, esa España a la que muchos nos avergüenza pertenecer. 
Hay que hacer un importante ejercicio de templanza para no desbarrar al escribir del bochornoso y sangriento espectáculo que protagonizan cada año los vecinos de la localidad vallisoletana de Tordesillas, torturando y asesinando a un indefenso y aterrorizado bóvido al que persiguen por el campo alanceándolo de la peor manera posible, como exponente de su ‘tradición cultural’. Puede ser manido traer a colación las palabras de Mahatma Ghandi cuando dijo que ‘un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales’. A tenor de esa frase, los vecinos de Tordesillas facilitan que se piense de ellos que son cualesquiera cosas menos personas en el modo más noble del término. El premio Nobel José Saramago hizo una descripción perfecta de quienes disfrutan con ese tipo de atrocidades. Dijo don José: ‘Un animal no puede defenderse; si ti estás disfrutando con el dolor, disfrutando con la tortura, te gusta ver como está sufriendo ese animal… entonces no eres un ser humano, eres un monstruo’. 
Aunque para el alcalde de Tordesillas, un pobre descerebrado que se dice socialista, cuando realmente su credo es el de la España retrógrada y casposa, que se regodea con la crueldad y la tradición, como el ignorante sin alma que es, tuvo la desfachatez, para justificar la sangrienta tropelía que se produce en el pueblo del que es regidor cada 16 de septiembre, que el toro ‘puede que sienta dolor pero sufrir no sufre porque el sufrimiento es algo solo humano’. De donde se deduce que él tampoco es humano; como precisaba Saramago: es un monstruo. 
Sería muy fácil dejarse llevar por la ira y llenar este escrito con los epítetos que merecen los vecinos de Tordesillas y todos cuantos acuden a participar en la sangrienta brutalidad que ellos llaman fiesta y que no es sino la peor cara de una España que tendría que estar condenada a desaparecer. Quienes defienden crueldades como ‘tradiciones’ pertenecen a esa España negra que no sabe distinguir el arte y la belleza del sadismo y la crueldad, mentes enfermas, psicópatas sin cultura que forman parte del acervo de un pueblo sometido durante siglos a gobernantes que fomentaron la brutalidad y la incultura para mejor poder dominar a la plebe.
Los irracionales y sanguinarios vecinos de Tordesillas, que apedrearon a los animalistas que intentaron detener la salvajada, llevan en su alma el mismo estigma de irracionalidad y torpeza de quienes ríen una foto animando a la legión a invadir Catalunya, se postran ante un santo de palo, celebrándolo con ramos de flores y pólvora, y se niegan a emplear ese dinero en ayudar a los desfavorecidos. Iguales a esos integrantes de las fuerzas de seguridad que apalean a los manifestantes que defienden los derechos de trabajadores como ellos, y que hoy, en lugar de proteger a la buena gente que intentaba impedir la atrocidad de la villa vallisoletana, protegía a los sádicos reprimiendo a las personas decentes. 
Es la España negra, la misma que dio personajes siniestros como Torquemada, Queipo de Llano –hijo de Tordesillas, qué casualidad- Onésimo Redondo o el propio Franco, genocidas asesinos que, jaleados por un clero clasista como el cardenal Gomá, que asesinaron a millones de españoles. Esa España de la que dijo el poeta “ora y bosteza” y “embiste, / cuando se digna usar de la cabeza”. 
En días como el de hoy, y en otros muchos, la verdad es que da vergüenza ser española.

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