Escribir de la agonía de un bóvido indefenso en un día en el que el
Ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, amenaza con suspender
la autonomía en Catalunya para frenar el referéndum podría parecer una
frivolidad sino fuese porque ambas cuestiones forman parte del mismo problema,
del triste y, parece que insuperable, de dos idiosincrasias y maneras de ver
las cosas irremediablemente enfrentadas en un país en que unos queremos
progresar y otros se empeñan, con violencia y cerrilidad, mantener lo más
obscuro y siniestro de la historia de este bochornoso país.
El mismo en el que, por un lado un juez expulsado
de la carrera judicial con malas artes y por intentar investigar la dictadura y
la corrupción, al que el relator de Naciones Unidas, Pablo de Greiff, da la razón al tiempo que critica que España
no haya resarcido aún a las víctimas de la guerra civil y de la dictadura, y
por otro el Gobierno se queja del interés del organismo internacional, porque
está muy preocupado en tapar los muchos problemas de corrupción y latrocinio
que le afectan. La misma nación gobernada por unos meapilas que regalan a la
secta católica 13.000 millones de euros al tiempo que quitan subvenciones a los
parados y sanidad a los inmigrantes. Es la España negra y retrógrada, esa
España a la que muchos nos avergüenza pertenecer.
Hay que hacer un importante ejercicio de templanza
para no desbarrar al escribir del bochornoso y sangriento espectáculo que protagonizan
cada año los vecinos de la localidad vallisoletana de Tordesillas, torturando y
asesinando a un indefenso y aterrorizado bóvido al que persiguen por el campo
alanceándolo de la peor manera posible, como exponente de su ‘tradición
cultural’. Puede ser manido traer a colación las palabras de Mahatma Ghandi
cuando dijo que ‘un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que
trata a sus animales’. A tenor de esa frase, los vecinos de Tordesillas
facilitan que se piense de ellos que son cualesquiera cosas menos personas en
el modo más noble del término. El premio Nobel José Saramago hizo una
descripción perfecta de quienes disfrutan con ese tipo de atrocidades. Dijo don
José: ‘Un animal no puede defenderse; si ti estás disfrutando con el dolor,
disfrutando con la tortura, te gusta ver como está sufriendo ese animal…
entonces no eres un ser humano, eres un monstruo’.
Aunque para el alcalde de Tordesillas, un pobre
descerebrado que se dice socialista, cuando realmente su credo es el de la España
retrógrada y casposa, que se regodea con la crueldad y la tradición, como el
ignorante sin alma que es, tuvo la desfachatez, para justificar la sangrienta
tropelía que se produce en el pueblo del que es regidor cada 16 de septiembre,
que el toro ‘puede que sienta dolor pero sufrir no sufre porque el sufrimiento
es algo solo humano’. De donde se deduce que él tampoco es humano; como
precisaba Saramago: es un monstruo.
Sería muy fácil dejarse llevar por la ira y llenar
este escrito con los epítetos que merecen los vecinos de Tordesillas y todos
cuantos acuden a participar en la sangrienta brutalidad que ellos llaman fiesta
y que no es sino la peor cara de una España que tendría que estar condenada a
desaparecer. Quienes defienden crueldades como ‘tradiciones’ pertenecen a esa
España negra que no sabe distinguir el arte y la belleza del sadismo y la
crueldad, mentes enfermas, psicópatas sin cultura que forman parte del acervo
de un pueblo sometido durante siglos a gobernantes que fomentaron la brutalidad
y la incultura para mejor poder dominar a la plebe.
Los irracionales y sanguinarios vecinos de
Tordesillas, que apedrearon a los animalistas que intentaron detener la
salvajada, llevan en su alma el mismo estigma de irracionalidad y torpeza de
quienes ríen una foto animando a la legión a invadir Catalunya, se postran ante
un santo de palo, celebrándolo con ramos de flores y pólvora, y se niegan a
emplear ese dinero en ayudar a los desfavorecidos. Iguales a esos integrantes
de las fuerzas de seguridad que apalean a los manifestantes que defienden los
derechos de trabajadores como ellos, y que hoy, en lugar de proteger a la buena
gente que intentaba impedir la atrocidad de la villa vallisoletana, protegía a
los sádicos reprimiendo a las personas decentes.
Es la España negra, la misma que dio personajes
siniestros como Torquemada, Queipo de Llano –hijo de Tordesillas, qué
casualidad- Onésimo Redondo o el propio Franco, genocidas asesinos que,
jaleados por un clero clasista como el cardenal Gomá, que asesinaron a millones
de españoles. Esa España de la que dijo el poeta “ora y bosteza” y “embiste, /
cuando se digna usar de la cabeza”.
En días como el de hoy, y en otros muchos, la
verdad es que da vergüenza ser española.
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