El escándalo Pujol supone un desgarrón en el
ropaje de una ‘Transición’ que, como en el cuento de Andersen, ‘El traje nuevo
del emperador,’ estaba desnuda. O como ha dicho alguien en una tertulia
televisiva ‘se están abriendo las costuras de la democracia’. Más bien los
hilvanes realizados por un grupo de personajes que nos vendieron que el rey de
la democracia iba vestido, aunque siempre estuvo en paños menores.
El escándalo de la fortuna de Jordi Pujol, sus
cuentas en Andorra, o Suiza o a saber en qué paraísos fiscales, estalló
justamente cuando el Gobierno del PP quería darle un golpe mortal al
independentismo. No existe otra explicación a por qué se desveló hace unas semanas
y no hace meses o años. Muchos han trascurrido desde que Pascual Maragall
espetó en las Corts catalanas aquello de ‘su
problema es el del 3%’ a los
dirigentes de Convergencia. Ahora parece ser que no era el tres si no el cinco.
Mas las palabras de Maragall se diluyeron en un silencio ominoso que nadie
aclaró. Da la sensación de que todo el mundo sabía de ese tres, o cinco, por
ciento recibido por contratos públicos que durante décadas alimentaron las
cuentas de Convergencia y del propio Pujol. Parafraseando a Ventura de la Vega
que puso en boca de uno de sus personajes aquello de "Todo Madrid lo
sabía, / todo Madrid menos él", toda la clase política lo sabía, toda la
clase política… excepto el pueblo.
El escándalo Pujol, el tres o el cinco por ciento
que escondía la realidad, no solo de la política catalana sino de todo el país,
es la consecuencia de una transición tramposa que se llevó a cabo con la
anuencia del régimen franquista y el
orden económico internacional. Ni unos ni otros podían permitir que el pueblo
recuperase las libertades de 1931, ni que la democracia pusiera en manos, de
verdad, del pueblo español su destino. Y unos y otros, milicos franquistas,
clero y capitalismo internacional eligieron a determinados personajes
dispuestos a servirlos a cambio de obtener una limitada capacidad de maniobra que
les permitiese llevar a cabo un lavado de cara a la política española y, de
paso, rentables negocios.
Entre el rey Juan Carlos, Adolfo Suárez, Felipe
González y Carrillo pergeñaron el tablero de una transición a la que se
sumarían más tarde peones como Jordi Pujol o Manuel Fraga que en muy pocos años
pasaron de peones a torres o incluso, en el caso de Pujol, a una especie de
Reina que amparaba siempre a los gobiernos, fueran del color que fuesen, para
que no se desequilibrase el bipartidismo que se ha venido repartiendo por turnos
el poder.
Cuando a la democracia le están reventando las
costuras de la corrupción y el pueblo pone los ojos en formaciones que ofrecen
nuevos modos de hacer política, más honestos y a favor de las necesidades del
pueblo, como Podemos, los políticos de la transición, quienes la hicieron
respondiendo a las necesidades de la plutocracia, los militares y la secta
católica, descalifican y se horrorizan porque ven como se escapa de sus manos
el castillo de naipes que, como tahúres, construyeron en su propio beneficio.
El expresidente del Gobierno, Felipe González, que
se vanagloria de haber ‘regalado’ a los españoles la sanidad y la educación
universales, las pensiones no contributivas y otras prestaciones del Estado del
Bienestar, intenta vendernos las bondades de su mandato, cuando la realidad es
que no hizo sino adecuar los derechos de los españoles a los que gozaban en el
resto de países europeos, que es posible exigieran su implantación para que el
pueblo no plantease problemas, del mismo modo que lo hicieron en sus países
tras las segunda Guerra Mundial, para conjurar el peligro del comunismo y que,
desaparecido este, anulan brutalmente para que así los especuladores obtengan
mayores beneficios.
En el presente González se revela como lo que siempre fue y
ocultó a toda una generación de ingenuos que le vimos como un trasunto de Olof
Palme, cuando, en realidad, se parecía más a Mitterrand, el presidente francés socialista,
hijo de una familia católica y de derechas, bajo cuyo mandato se voló el
Rainbow Warrior, el buque de Greenpeace en el que murió el fotógrafo neerlandés
Fernando Pereira.
Volviendo la vista atrás, despojados de los
cristales rosas de la ingenuidad que nos engañó en los años de la falsa
transición que no hizo sino esconder las maniobras de la plutocracia, el
ejército y la secta católica para mantener el poder que usurparon tras el golpe
de Estado fascista de 1936, cuesta trabajo aceptar las falacias que vendieron
los dirigentes de aquellos años, y que repiten en el presente, aunque ya no
engañen a casi nadie.
Cuesta trabajo creer que ni Felipe González –que tiene
la desfachatez de asegurar, aún conociéndose los negocios de esa familia –, que
Pujol no es un corrupto. Tal vez desde el punto de vista del exsocialista no lo
sea, tal vez la moral, o su ausencia, del expresidente no considere que sea
corrupción lo que hizo Pujol, como debe pensar que estuvo justificado el GAL, las
mentiras sobre la OTAN o su connivencia con las empresas energéticas que
privatizo en contra de amplios sectores del PSOE de entonces.
Efectivamente las costuras de la democracia, o del
sistema, están reventando por la presión de una corrupción instalada en el
poder desde los tiempos de una falsa transición que escondió, durante decenios,
la ausencia de decencia, el latrocinio y las mentiras de una clase política a
la que lo único que le interesaba era que todo cambiase para que todo siguiera
igual y poder seguir llevando a cabo los mismos abusos del régimen franquista.
Con lo que no contaban es con que el pueblo
abriese los ojos y se diera cuenta de que los oropeles de la transición no
escondían más que miserias, y que la democracia está harapienta y maltratada. Y
que hay que luchar para recuperarla al margen de quienes nos vendieron falacias
escondidas en una falsa transición.
Cronicas de Españistán
Pablo Iglesias dio esta mañana, en la tertulia de
la cadena Cuatro, una lección a una prensa frívola que se agarró a la noticia
sobre el proceso penal a la expresidenta Aguirre por su patético incidente con
unos guardias de movilidad. El líder de Podemos rechazó especular sobre esa
noticia y señaló que lo que sería importante sería el juicio político a quien
ha desmantelado en Madrid la sanidad, la educación y la decencia, con su
connivencia con la trama Gürtel. Los periodistas insistían en analizar la
anécdota judicial en tanto el profesor de Ciencias Políticas explicaba que era
un asunto anecdótico. Porque lo que sobre todo quería Iglesias era hacer
constar el drama de los palestinos y la masacre y destrucción causada por los
sionistas en Gaza, a donde se desplazó con una delegación de la Izquierda
Europea, a la que el régimen sionista de Netanyahu cerró el paso.
Suceden cosas en este país que demuestran la falta
de seriedad de los gobernantes que, aunque nieguen su participación en ciertos
asuntos, es de sospechar que tras determinados dislates están esos asesores sin
estudios ni formación que cobran grandes sueldos del Gobierno y que intentan
ganarse a conciencia. En los últimos días, la cuenta de Twitter del presidente
del Gobierno se llenó de seguidores zombis. Esta semana, @MarianoRajoy superó
al político que contaba con más seguidores
en esa red social, @Pablo_Iglesias_. Así, el perfil de Mariano Raxoi se
acercaba a los 585.000 seguidores a las 9.00 horas de este viernes mientras que
Pablo Iglesias contaba con 523.000. Desde Moncloa aseguraron que no se explica
el aumento exponencial de seguidores –la mayoría procedentes de países del Golfo
Pérsico-. Los administradores de cuentas de líderes políticos y de personas
famosas suelen comprar seguidores a
traficantes de fans que tienen estos robots y que crean falsos perfiles.
No es disparatado pensar que algún asesor del tipo de Luis Salom -el asesor de
Rita Barberá que se hizo con la marca Guanyem Barcelona y Guanyem València y que
pide 20.000 euros a Ada Colau y Pablo Iglesias para devolverla-, comprase
seguidores para Raxoi con el fin de presumir del tirón de Raxoi en las redes
para minimizar el de Pablo Iglesias. Son así de torpes y ridículos.
Que el PP del País Valencià está trufado de
corruptos no es una novedad. Cada día aparecen nuevos datos de las
sinvergonzonerías de sus responsables. Esta vez el protagonista es Enrique
Crespo, alcalde de Manises, al que la Fiscalía pide tres años de cárcel por
ocultar 12,3 millones de euros ganados en la Lotería de Navidad en 2011, cuando
estaba imputado en el caso que investiga la quiebra de la empresa pública
Emarsa, de la que fue vicepresidente. El 22 de diciembre de 2011 el segundo
premio de la Lotería de Navidad recayó en el PP de Manises, que había comprado
850 décimos. Crespo llevaba ya dos meses imputado en el caso Emarsa por lo que
el juez Vicente Ríos le obligó a comunicar cuántos décimos le correspondían. El
entonces alcalde respondió que sólo uno. Crespo ocultó que poseía otros 99
décimos, por un valor de 12,3 millones de euros. La Fiscalía cree que el
imputado ocultó los décimos para “eludir el posible embargo de su patrimonio”.
Al tiempo el Govern de Alberto Fabra sigue haciendo tiras y capirotes con los
dineros públicos, como si fuesen de su propiedad, y decidió gastar nada menos
que un millón de euros en ‘fomentar la lengua valenciana’ en televisiones
privadas después de haber cerrado la televisión pública valenciana. La
oposición ve esta decisión como una maniobra de propaganda del PP a cargo del
dinero público ahora que se acercan las elecciones. Y es que el PP valenciá más
se parece a una cueva de ladrones que a un partido gobernante en una supuesta
democracia.
Quienes llevamos denunciando las injusticias, los enchufismos y la corrupción durante décadas, jamás hemos tenido el apoyo de la mayoría social, que ha preferido callar, y no apoyarnos, por miedo, dejadez o interés.
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