Foto de Maria Paz |
Padres
con niños pequeños, jóvenes sonrientes, jubilados –los llamados iaioflautas
despreciativamente por la derecha- con la ilusión recuperada llenaron las
calles de Madrid ayer, en una de las manifestaciones más grandes de los últimos
tiempos. Era la voz del pueblo que salía, pacífica y esperanzada, a decir “¡aquí
estamos!, y queremos recuperar la dignidad y nuestro país”. Universitarios y
amas de casa, trabajadores manuales y de los que otro Pablo Iglesias, el
fundador del PSOE, llamaba ‘obreros con corbata’. Ese otro Pablo Iglesias –Posse-
que, de vivir ahora, hubiese salido a la calle a gritar “¡¡Podemos!!” frente a
un bipartidismo enquistado en el poder, sometido a la oligarquía, a los
intereses financieros y de espaldas a la ciudadanía.
La
manifestación del sábado, que derecha y PSOE –perdón por la redundancia-
quisieron minimizar, y aun descalificar. con el estúpido argumento de que era
una manifestación sin sentido, porque no reclamaba nada, constituyó la
constatación de que son muchos los ciudadanos cansados de un sistema injusto,
de desigualdades y abusos, de corrupción y sometimiento a poderes ajenos al
pueblo. El 31E constituye un antes y un después en la política nacional.
Podemos nació como respuesta a los indignados y cansados de un estado de cosas
que comenzaba a ser insoportables en 2011, y que devino en insufrible, con la
llegada al poder del PP.
Dijeron
los políticos profesionales, esos a los que tanto molesta que se les llame ‘casta’,
aunque se consideran los únicos legitimados para hacer política, que en lugar
de clamar en las calles lo que tenían que hacer era entrar en los cauces de la
política. Y alguien tomó nota y nació Podemos. Ahora, quienes recomendaban a
los que clamaban en espacios públicos, su único parlamento, contra medidas
lesivas e injustas, se presentan como alternativa para el cambio, se sienten
horrorizados y desbordados por la presencia en la vida pública de quienes
siguieron su consejo. Hubieran querido, como mucho, que media docena de
aquellos que se quejaban de las injusticias, protestaban por los desahucios, el
paro o la corrupción, se integraran en sus partidos; ellos sabrían ‘domesticarlos’
y hacerlos andar por la vereda de sus intereses.
Pero
unos jóvenes, con una preparación de la que carecen los políticos
profesionales, aceptaron el reto, recogieron el guante de la bravata de los
políticos profesionales, de esos tribunos que se consideran los únicos
autorizados para expresar lo que ellos dicen la voz del pueblo, y que no es
sino la voz que ellos imponen al pueblo, crearon un partido político: Podemos.
Así,
Podemos se ha constituido en la formación que recoge las ansias de libertad y
dignidad de los ciudadanos, formado por gente comprometida a trabajar por las
necesidades de la ciudadanía y no por las necesidades de la oligarquía. Un
partido nutrido de gente de la calle que quiere asegurar la dignidad, la salud
y la educación del pueblo, frente a quienes, como se está viendo prístinamente
claro desde que estalló una crisis creada por el más depredador capitalismo
neocón, solo aspiraron a asegurar que los más ricos medrasen aún más a base de
expoliar a la ciudadanía, dejar a los trabajadores sin derechos, a los enfermos
sin médicos ni medicamentos y a los niños sin educación y casi sin pan.
La
gente de la calle, la que llenó el sábado el centro de Madrid, está cansada y
defraudada por los partidos clásicos que llevan años mintiendo a los
ciudadanos, robando al pueblo, encastillados en la torre de marfil de unas
instituciones que secuestró desde la mal llamada transición, ese invento del
franquismo para sobrevivirse a sí mismo y que tan bien le salió, engañando a
todos con políticos que, al cabo de los años, dieron su verdadera cara, como
sucede con Felipe González, muestra evidente de que aquel PSOE, en el que tantos
creyeron, no era sino un bluf ideológico.
La
casta -y la prensa a su servicio- descalifica y minimiza, miente y difama,
asustada ante la perspectiva de que el pueblo tome un protagonismo negado
durante los casi cuarenta años de pseudemocracia, en los que su única
participación fue la de ser testigo mudo
de sus decisiones, y depositar, cada cuatro años, una papeleta en una urna para
que gobernase una de las dos caras de la misma moneda, al servicio de
especuladores y oligarcas.
Obsesionados
por no perder un poder que ilegítimamente llevan arrogándose durante decenios,
como los dueños únicos del país, la derecha reprochó que no hubiera en las
manifestaciones banderas ‘nacionales’, cuando lo que querían expresar es que no
había banderas ‘naZionales’, esa que siempre representó para la mayoría del
pueblo la bandera del régimen fascista del general Franco, y que los ‘demócratas’
de la transición quisieron legitimar cambiando un pajarraco por un escudo, a
pesar de que representa lo mismo que representó la bandera franquista. ¡Claro
que hubo banderas españolas en la manifestación!, la tricolor de la República,
la bandera de la democracia de un país que se estima a sí mismo y se respeta
más allá de una monarquía impuesta por un dictador asesino y unos políticos que
lo venden al mejor postor en su propio beneficio. Esos que, ciegos a los
problemas de la gente dicen que quienes salieron a la calle son tristes, y
aunque ayer sonriesen, tienen sobrados motivos para la tristeza, aunque no para
el desánimo.
Tristes
porque hay 12 millones de personas empobrecidas, casi seis millones de parados,
dos millones y medio de niños con problemas de nutrición y quienes trabajan
cobran sueldos miserables. Tristes por los que perdieron sus casas a manos de
la codicia de los bancos, y por los ancianos que pueden medicarse porque tras
una vida trabajando apenas les llega la pensión, porque las cajas estafaron sus
ahorros de toda una vida y ahora no tienen ni para lo más necesario.
Dice
Raxoi que quienes siguen a Podemos son tristes, y que él representa la alegría,
la de los ladrones que se regocijan con su botín, debe ser. Y desde el PSOE, en
uno de esos alardes de imaginación que caracteriza a sus dirigentes, explotaron
indignados ante el éxito de la manifestación, tildando a los dirigentes de
Podemos de ‘charlatanes, curanderos y vendedores de crecepelo’ sin reparar en
que estaban haciendo un perfecto retrato de quien destruyó el socialismo
español durante la transición.
Pudimos, Podemos y podremos.
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